Autoridad sí, autoritarismo no.
Una parte esencial de la educación son las normas. La convivencia, tanto escolar como familiar, sólo es posible si se respetan unas reglas sociales de comportamiento que los adultos debemos enseñar. Lograremos que las respeten mediante la disciplina y autoridad (pero nunca por el autoritarismo), es decir, por esa influencia positiva sobre los niñ@s, ese liderazgo que se sigue porque ha sido ganado- y no impuesto- y que implica respeto al otro sin anular la individualidad. Lo más importante: elaborarlas consensuadamente con los pequeñ@s para facilitar así su cooperación ( siempre es mejor que sean pocas, pero claras) y marcar con ellos también las consecuencias- nunca los castigos; las primeras son lógicas y derivadas de su acción, los segundos arbitrarios por lo tanto inútiles para modificar la conducta- de la trangresión, en caso de haberla.
Para mantener nuestra credibilidad ante ell@s debemos recordar que las amenazas vacías la disminuyen; sin embargo se verá fortalecida si todos los educadores caminamos en la misma dirección, sin contradecirnos y faltarnos al respeto ...si esto ocurriese sería muy fácil manipularnos.
Lo mejor ante una discrepancia de opiniones con el niñ@ es el diálogo, nunca un sermón...acaba convirtiéndose en un monólogo que se pierde antes de llegar a su destino
Al utilizar el ejemplo como fuente de aprendizaje-recordemos que la familia es su modelo más cercano- nos ayudará a fomentar esas conductas deseables evitando gritos. Quizás podais leer más sobre esto en el libro: Educar sin gritar, de Ballenato.
Y me quedo con una frase de la página de Pediatraldia (que junto al blog Contradictorio he utilizado para redactar la entrada), sobre la que deberíamos reflexionar todos los adultos:
"A partir de cierta edad los niños pueden opinar y sugerir, pero la decisión final debe estar siempre en manos de los adultos"
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